Me envuelve un sopor amorosamente.
Suspiro agradecida.
Y me dispongo a dormir plácidamente...
¡Hasta mañana, Vida!
Mis ojos, sentimentales al ocaso y a sus ambarinos
matices, observan cómo mágicamente los disipa la entrada de la noche. Luego rebuscan en el cielo y en la misma piel de las sombras, el titilar
de algún recuerdo grato que me acompañe hasta la llegada del alba. Hasta
el comienzo del nuevo día.
Al minuto comunican al oído del corazón, el encanto de un
sonido distante. Es el tañer de las campanas de una pequeña parroquia ubicada
en bella comarca que he visto sólo en fotografías.
Aquellas campanadas afligidas, repiques de melancolía, se
quedaron grabadas en mi memoria junto a un “te quiero” que no acepta omisión y
suena también de vez en cuando, sacudiendo todo mi ser para que añore su
momento. Para que nunca lo olvide.
ISABEL
30/10/16