Un humilde gorrión vuela en torno a la flor que lo tiene
hechizado. Pretende acariciar sus nacarados pétalos, sueña con robarle el
corazón en el primer beso y mimarla con sus gorjeos, pero la tierna florecita ni
siquiera repara en su presencia. Ella sólo observa el horizonte y suspira; quizás imagina que el astro rey le dedica su seductora sonrisa.
— ¡Ah, querido
sol -exclama mi amigo alado-, qué
afortunado eres! Sabrá Dios cuántas beldades como mi rosa, a diario te mirarán
embelesadas.Yo en este instante quisiera ser tú, para recibir la caricia de
sus ojos y así cantar de regocijo. “
Y revolotea por el vasto jardín rozando sutilmente con
sus alas a las malvas, a las campanillas y a los girasoles, como ensayando
acrobacias que lo distingan… y logren llamar la atención de su amada.
— ¡Ay, gorrioncillo apasionado...! Tú y yo, en algo nos
parecemos: Somos obstinados. Te he visto cómo al caer la tarde, te vas tan
ligero como llegaste, pero vuelves a la mañana siguiente, con la ilusión renovada
y resuelto a conquistar lo que tu corazón anhela. Porque no hay manera de explicarle a ese
necio, que quizás es pérdida de tiempo, el dedicado a cumplir su demanda. En cuanto a los ojos, ¿cómo se les
sugiere que en vez de afanarse en mirar lo que se les niega, echen ojeada a
nuevos horizontes?
Yo me pregunto: ¿Por qué la esperanza no se desvanece… ante
lo improbable?
ISABEL
20/01/13