Me dijiste adiós repentinamente;
no lloré ni exigí tu compañía.
Asumiendo que nada a mí te unía
dejé que te marcharas, simplemente.
Sólo mi pasión se portó salvaje.
De frenético ardor hizo derroche
calcinando las sombras de la noche
con chispas de impotencia y de coraje.
Después, maté y sepulté mi pecado.
Sonrío evocando aquella flaqueza,
la de amarte hasta perder la cabeza
si al final... todo se vuelve pasado.
ISABEL
17/09/17
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