¡Y por fin llegó mi amado!
Lo había esperado tanto
tiempo
que trémula y con sumo regocijo
le pedí que me abrazara.
Y ciñó con sus brazos mi cintura,
los míos rodearon su
cuello.
Luego, se buscaron
nuestros ojos
y de su conversación callada
surgieron ocultos deseos.
El abrazo se hizo profundo.
En armonía con nuestros
cuerpos
sus labios gustaron de mis labios.
Y en ese mágico silencio
amé la seda de sus manos.
Fuimos uno en caricias y ardor,
en audacia y ternura.
Y en nuestro latir
cadencioso verso del alma,
fuimos placer total de vida.
Ay, cuánto deleite me causan
noches como la de anoche,
en que sueño con mi amado...
¡Y vibro al ritmo de su lujuria!
SABEL.
18/06/12
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