miércoles, 20 de agosto de 2025

Carta para mi ciudad

Morelia de mis tiernos años y mis sueños juveniles:
 
Quiero que sepas que te recuerdo a menudo, intentando respirar los aires de aquel entonces: El aroma a cantera mojada después de la lluvia, el eco de los pasos sobre el pavimento, los frutales aromas del ate, el fresco olor a verde de tus jardines…
 
Recuerdo tus calles, impecables. Parecían recién barridas por un soplo mágico; recuerdo el alegre repiqueteo de tus campanas y el ambiente estudiantil que se despertaba con el alba.
 
El bosque Cuauhtémoc, el jardín Morelos y la Calzada de San Diego, fueron testigos de mi prisa de niña camino al colegio, con mi mochila en la espalda y mis apretadas trenzas sueltas. Años después, esa misma prisa se convirtió en el apuro por llegar puntual a mi trabajo, pero el murmullo de tus calles seguía siendo una melodía familiar
 
¿Sabes? Echo de menos detalles de aquellos ayeres. Como la alegría genuina de la gente. Se notaba en la forma en que saludaban y platicaban.
 
Añoro las casonas de la Calle Real con sus portones antiguos, que, en voz baja, nos contaban historias. El animado murmullo de tus portales, era una sinfonía de voces y de risas. Los domingos en la Plaza de Armas, el corazón de tu reinado, su kiosco y la banda de música con su repertorio alegre, que hacía que el tiempo se detuviera.
 
Hoy, esa Calle Real ya no es la vía que disfrutaba con mis compañeras después de salir de clases, sino un frío escaparate comercial, con vitrinas que no cuentan historias. El Centro Histórico se ahoga entre gritos de protesta. La barbarie se ensaña contigo rayando tus bellos muros con pintura sin sentido. Te hiere un panorama triste; los vidrios rotos que brillan bajo un sol que no calienta, y un silencio que desgarra más que el ruido.
 
Mi hermosa Morelia, te miro ahora y me miro a mí misma en ti. Eres mi espejo, y cada alteración en tus calles es una arruga en mi piel. Hemos cambiado, ¿verdad? Tú, la ciudad señorial de cantera rosa, yo, la niña soñadora que moría por crecer y lograr muchas cosas, el tiempo en su marcha nos ha dejado grietas, cicatrices profundas.
 
Yo, a diferencia tuya, he envejecido. Mi cuerpo va perdiendo movilidad y ya no te camino como quisiera. Pero no olvido las tranquilas calles que recorría después del trabajo, para disfrutar de tus magníficos atardeceres y de un humeante café, en tus famosos portales. Y es que, a pesar de las cicatrices, la Morelia que habita en mí, sigue siendo la ciudad de cantera y de sueños, la misma que me vio crecer y que siempre será mi morada.
 
ISABEL
20/08/25 

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