Morelia de mis tiernos años y mis
sueños juveniles:
Quiero que sepas
que te recuerdo a menudo, intentando respirar los aires de aquel entonces: El
aroma a cantera mojada después de la lluvia, el eco de los pasos sobre el
pavimento, los frutales aromas del ate, el fresco olor a verde de tus jardines…
Recuerdo tus
calles, impecables. Parecían recién barridas por un soplo mágico; recuerdo el
alegre repiqueteo de tus campanas y el ambiente estudiantil que se despertaba con
el alba.
El bosque
Cuauhtémoc, el jardín Morelos y la Calzada de San Diego, fueron testigos de mi
prisa de niña camino al colegio, con mi mochila en la espalda y mis apretadas trenzas
sueltas. Años después, esa misma prisa se convirtió en el apuro por llegar
puntual a mi trabajo, pero el murmullo de tus calles seguía siendo una melodía
familiar
¿Sabes? Echo de menos detalles de aquellos ayeres. Como la
alegría genuina de la gente. Se notaba en la forma en que saludaban y platicaban.
Añoro las casonas de la Calle Real con sus portones
antiguos, que, en voz baja, nos contaban historias. El animado murmullo de tus
portales, era una sinfonía de voces y de risas. Los domingos en la Plaza de
Armas, el corazón de tu reinado, su kiosco y la banda de música con su
repertorio alegre, que hacía que el tiempo se detuviera.
Hoy, esa Calle Real ya no es la vía que disfrutaba con mis
compañeras después de salir de clases, sino un frío escaparate comercial, con
vitrinas que no cuentan historias. El Centro Histórico se ahoga entre gritos de
protesta. La barbarie se ensaña contigo rayando tus bellos muros con pintura
sin sentido. Te hiere un panorama triste; los vidrios rotos que brillan bajo un
sol que no calienta, y un silencio que desgarra más que el ruido.
Mi hermosa Morelia, te miro ahora y me miro a mí misma en
ti. Eres mi espejo, y cada alteración en tus calles es una arruga en mi piel. Hemos
cambiado, ¿verdad? Tú, la ciudad señorial de cantera rosa, yo, la niña soñadora
que moría por crecer y lograr muchas cosas, el tiempo en su marcha nos ha dejado
grietas, cicatrices profundas.
Yo, a diferencia tuya, he envejecido. Mi cuerpo va
perdiendo movilidad y ya no te camino como quisiera. Pero no olvido las
tranquilas calles que recorría después del trabajo, para disfrutar de tus
magníficos atardeceres y de un humeante café, en tus famosos portales. Y es
que, a pesar de las cicatrices, la Morelia que habita en mí, sigue siendo la
ciudad de cantera y de sueños, la misma que me vio crecer y que siempre será mi
morada.
ISABEL
20/08/25
20/08/25
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