Qué ingrata sorpresa. Después de tantos años de amor, vienes a decirme tranquilamente que te vas.
Márchate tranquilo que no haré reproches. Tampoco voy a suplicar para que te quedes ni tus ojos me verán llorar.
Sólo me consuela saber que con quien estés y a donde vayas, habrás de recordarme. Porque fui la cálida luz que hacía germinar tus caricias, porque todo tu ser se impregnó de mi aroma, porque el recuerdo de mis besos será imposible que lo puedas borrar.
Si no tienes más que decir, te suplico que te vayas enseguida. Tu decisión me ha animado a cultivar en mi ya solitario jardín, un nuevo rosal que cuidaré con celo y renovada ternura, para que florezca hermoso la próxima Navidad.
Adiós y buena suerte.
ISABEL.
03/10/09.
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