Amor: Ya emigraron las
golondrinas. Los días tienen menos luz y las hojas de los árboles, el viento
las desprendió y yacen en el suelo. Veloz
se fue el otoño dejando desnudo el paisaje; pronto lo vestirá de escarcha el
invierno.
Tus cartas cada vez son más breves y espaciadas. Ya no preguntas qué sucede en nuestra ciudad. Intuyo que algo malo estás enfrentando. ¿O la distancia enfrió tu corazón? ¡Ay, ni Dios lo quiera!
Te comento que aquí reina la apatía. Hemos adoptado una rutina gris y somos tantos, que ni nos conocemos. ¿Recuerdas? Antes caminábamos por la Avenida Madero y no nos faltaba con quien intercambiar un saludo. Ahora, casi todos caminamos aprisa, como autómatas, cada quien con sus problemas y hundido en sus pensamientos.
No sé por qué entristezco cuando se acerca la Navidad. Pero no me hagas caso. Nuestro pequeño jardín está lleno de rosas, un colibrí me visita diariamente, y un par de tortolitas se arrullan en la cornisa de mi habitación. Ayer vino a casa un gatito a beber agua. Se dejó que lo abrazara y lo acaricié por unos segundos, después, se fue por donde llegó. Te cuento todo esto porque te extraño. Quisiera tener alas y volar hacia ti.
¿Sabes? La gente con recursos o aguinaldo, como desquiciada está adquiriendo arreglos y regalos navideños. En contraste, hay quienes no tienen ni un centavo para enfrentar el día a día. Así es la vida de injusta. Igual ocurre con asuntos del corazón. Hay quienes tienen el amor muy cerca y no lo ven, y otros que se pasan la vida deseando encontrarlo…
Yo debería de ser feliz, ya que te llevo en el alma, pero me inquieta el sufrimiento ajeno, no lo puedo remediar. Me resulta doloroso saber que, en esta temporada de amar y regalar, haya quienes carecen de afectos. Si todos, al menos en estas fechas, obsequiáramos calor y cariño en memoria del Niño Jesús, la celebración anual de su Natividad, sería extraordinaria.
Por favor, escríbeme. No seas avaro. Leer tus letras es mi alegría. Saber que aún me amas, mi gran ilusión.
Feliz Navidad, vida mía.
ISABEL
22/12/09
Tus cartas cada vez son más breves y espaciadas. Ya no preguntas qué sucede en nuestra ciudad. Intuyo que algo malo estás enfrentando. ¿O la distancia enfrió tu corazón? ¡Ay, ni Dios lo quiera!
Te comento que aquí reina la apatía. Hemos adoptado una rutina gris y somos tantos, que ni nos conocemos. ¿Recuerdas? Antes caminábamos por la Avenida Madero y no nos faltaba con quien intercambiar un saludo. Ahora, casi todos caminamos aprisa, como autómatas, cada quien con sus problemas y hundido en sus pensamientos.
No sé por qué entristezco cuando se acerca la Navidad. Pero no me hagas caso. Nuestro pequeño jardín está lleno de rosas, un colibrí me visita diariamente, y un par de tortolitas se arrullan en la cornisa de mi habitación. Ayer vino a casa un gatito a beber agua. Se dejó que lo abrazara y lo acaricié por unos segundos, después, se fue por donde llegó. Te cuento todo esto porque te extraño. Quisiera tener alas y volar hacia ti.
¿Sabes? La gente con recursos o aguinaldo, como desquiciada está adquiriendo arreglos y regalos navideños. En contraste, hay quienes no tienen ni un centavo para enfrentar el día a día. Así es la vida de injusta. Igual ocurre con asuntos del corazón. Hay quienes tienen el amor muy cerca y no lo ven, y otros que se pasan la vida deseando encontrarlo…
Yo debería de ser feliz, ya que te llevo en el alma, pero me inquieta el sufrimiento ajeno, no lo puedo remediar. Me resulta doloroso saber que, en esta temporada de amar y regalar, haya quienes carecen de afectos. Si todos, al menos en estas fechas, obsequiáramos calor y cariño en memoria del Niño Jesús, la celebración anual de su Natividad, sería extraordinaria.
Por favor, escríbeme. No seas avaro. Leer tus letras es mi alegría. Saber que aún me amas, mi gran ilusión.
Feliz Navidad, vida mía.
ISABEL
22/12/09